ERA el
primer día de clase, mes de octubre del año 1970, iba a empezar el primer
grado, solo contaba seis años de edad. Nos dejaron a mi hermana mayor y a mi en
la entrada del colegio “Anselma Pulgar”; una escuela bastante antigua que había
sido una escuela para niñas, pero ahora era mixta; una vez allí, fueron
saliendo maestras llevándose grupos de
niños a sus respectivos salones, pero a
mí nadie me llamo, luego una mujer salió
y dijo:
— La maestra Pina no va a venir, así que sus alumnos no van a tener clase.
La escuela esta ubicada a la orilla de una plaza y caminando por esa orilla en dirección contraria y perpendicular a la avenida Bella Vista, pasar un puente sobre una cañada embaulada a cielo abierto cruzaba una calle, luego caminaba media cuadra y llegaba a la casa de mi abuela. Cuando me disponía a pasar la calle, venía una fila de camiones recolectores de basura del aseo urbano, me pareció raro, no había visto tantos camiones juntos en fila nunca; de hecho me gustó verlos en filitas, siempre me han gustado los camiones y los vehículos rústicos; me paré a la orilla de la avenida mirando pasar los camiones, hasta que un chofer se detuvo y me hizo señas para que cruzara la calle, ni corta ni perezosa pegué la carrera y cruce la calle. Ahora que lo pienso, ese chofer le debe haber extrañado mucho ver una niñita de seis años con uniforme de vestido blanco, corbata azul y un bulto con los útiles escolares parada a las siete de la mañana en plena calle, ¡Con razón se detuvo!. Yo llegué sana y salva a la casa de mi abuela, y a mis tías Ida y Chinca les pareció extraño verme allí a esa hora, les expliqué que la maestra no llegó y no me dijeron nada, después de todo las instrucciones que nos habían dado era que al terminar las clases debíamos irnos hacia allá, de allí nos llevaba nuestro primo Rafito a la casa en la motocicleta o mi papá nos iba a buscar.
— ¿Se habrá ido a donde mi abuela, mamá Angela?
Bueno, allá se apareció un tumulto de gente, policías, maestros y voluntarios agregados a la búsqueda de la niña perdida, o sea: “Yo”, y yo estaba de lo más entretenida jugando pelota. Ahora se desató la avalancha de preguntas. Me preguntaron:
— ¿Por qué te escapaste? Te hemos estado buscando toda la mañana —me preguntó Zulima con las manos en la cintura casi sin aliento, blanca del susto entre aliviada y disgustada.
— Yo no me escapé —expliqué — una señora dijo que la maestra no venía, que nos fuéramos todos para la casa, me quedé sola en la entrada de la escuela y por eso decidí venirme para acá.
— ¿Y no te dio miedo andar sola y pasar la calle por los carros? ─ preguntó una maestra.
— Pero no había carros. Solo había camiones –respondí yo-.
Bueno, ese suceso se convirtió en la anécdota más comentada de la familia, sobre todo por la ingenua y despreocupada respuesta sobre que no había carros, sino que:
—“Solo había camiones”.